Buenos Aires 2019

Día 1
Vuelo nocturno, salida a las 11:30 de la noche, después de haber trabajado, no es una buena opción. Sin embargo, algo me alienta, me han dado ascenso a clase premier, lo cual significa que podré dormir a pierna suelta.
Entro al avión y ¡oh sorpresa!, esta nave no tiene la sección de primera clase. Bueno, por lo menos me toca en la 1C, pasillo, mi favorito.
En eso veo que se acerca la pareja que ocupará los dos lugares a mi lado; son dos personas jóvenes pero con una obesidad rayando en lo mórbido; primero intenta sentarse ella, pegada a la ventana, se muere de risa, porque estos asientos son demasiado estrechos y las separaciones entre ellos son rígidas, no se levantan. con tremendo esfuerzo logra acomodarse. El esposo, más obeso que ella, trae colgando las mochilas, y al ver los trabajos que pasa la chica, se desternilla de risa. Ahora le toca a él… Se sienta casi en el aire, y pega unos saltitos para ir introduciendo su trasero enorme. Lo logra, pero se desparrama hacia mi lado, los brazos inundan mi lado izquierdo y yo me hago a un lado. «Disculpe, nosotros pagamos primera clase, porque sabemos que no cabemos en los asientos» ¡Qué barbaridad! ¿por qué cambiaron de avión? Quién sabe, le digo, pusieron este avión viejo. No se preocupe —le comento—, no me molesta. Uyy, y eso que cuando supimos que íbamos a tomar vacaciones, nos pusimos a dieta… bajamos unos cuantos gramos!!! jajajajaj, carcajada de los tres. Bueno, pensé, intentaré recargarme hacia mi derecha y me voy a dormir. Pude en intervalos. El pobre supongo que quedo casi sin respirar, para no expandirse.
Aterrizamos. Ellos tenían vuelo a Acapulco, que salía a las 6:00 am. Mientras que pasábamos la revisión para ingresar a la sala de conexiones me desesperaba el tipo que revisa los boletos y la identificación; parece que buscan a los más lentos, nada de un curso de lectura rápido; ven el boleto, leen todo y luego ven la identificación, vuelven a ver el boleto, lo leen de cabo a rabo. Yo que detesto la inutilidad, me siento muy preocupada porque estos dos van a perder el vuelo. Por fin pasamos. Veo que se dirigen al pizarrón electrónico para ver la sala. Están totalmente perdidos; él voltea para todos lados y se ríe. ¿Cuál sala buscan —les digo cuando me acerco—. La 55. Es para allá ¡corran que se les va el avión!! Él contesta con una sonrisa: creo que hace falta viajar más, ¿verdad? y se van; no corriendo, porque ¿cómo se me ocurre decirles eso?
Sin embargo, me doy cuenta que ni la estrechez del asiento, ni la prisa ni nada, les quita el buen humor. ¡Qué encanto de pareja!
Me voy al salón premier de Aeroméxico en busca de un café. Tengo que esperar 5 horas, pero me espera un asiento amplio, amplio. Me llega un correo de Aeroméxico para que conteste una encuesta «¿Cómo califica nuestro servicio?» Decido no enviarla. Finalmente, estos dos me enseñaron que al asiento estrecho y nalgas anchas, es mejor reír.