Pobre, pero con pedicure.

Notas en cuarentena.
Hoy intenté hacerme mi corte de uñas con la alicata de mi esposo Carlos. Bajo presión, porque definitivamente yo no puedo con esto.
Desde que tengo memoria, mis pies siempre han lucido muy arregladitos. Carmelita, mi madre, fue una gran «cultora en belleza». Así se llamaba ella, «cultora en belleza». Supongo que así decía el diploma del curso que tomó en el entonces Distrito Federal. Ella trabajó durante un tiempo en el salón de belleza del Club del Pedregal de San Ángel; y nos decía que le arregló los pies a Cantinflas.
Cuando llegamos a Tijuana en los 70’s, trabajó en el Marbella y en el Bella, los salones de belleza más «fifís» de ese momento.
Mi mamá siempre fue muy entregada a su trabajo. Casi puedo verla haciendo manos y pies, y ver su concentración. Se podría decir que trabajaba como cirujana. Se sentía muy feliz cuando podía «sacar una uña enterrada.»
Mi infancia y juventud pasó entre manos y pies, cortes de pelo, permanentes, depilaciones de cera. Mi madre trabajaba en el salón, a domicilio y en la casa. Ahí, Laura, mi hermana, y yo, éramos las encargadas de hacer café, cocinar y atender a las clientas.
Realmente creo que esta versión del servicio de la casa de Carmelita y sus hijas, podría ser un tipo de negocio diferente: se desayunaba, comía, y tomaban café, mientras mi madre arreglaba a las clientas. Se hablaba de música, libros, se criticaban a los artistas de moda y se chismeaba, pero muy correctamente, porque si algo no le gustaba a mi mamá, era la vulgaridad.
Como yo sufrí de acné —sí, muchas de mis pacientes me dicen cosas lindas sobre mi piel—, pues les digo… Por eso mis pacientes con este padecimiento son mis favoritos; es más, a veces ni les cobro; yo sé lo que se siente.
Entonces, mi mamá me acostumbró a hacerme un facial de limpieza cada mes, como mínimo. Es parte de mi vida: mi corte de pelo, mi facial, mi arreglo de manos y pies. Lo traigo integrado en el ADN. Siento que además, esta rutina es tan importante: estás con la persona que te conoce los dedos, los callos; son tan íntimos. Te relajas, conversas… A veces he llorado contando alguna cosa que me duele.
Espero con ansiedad ir con el chico que me corta el pelo; con la chica que sabe que mi piel es muy delicada, que mis uñas no las debe cortar tan pegadas a la piel, que conoce mi cutícula; la de recepción que sabe como me gusta el café.
Somos un engranaje: cada quien ocupa un lugar en el espacio. Como tú, Carmen, que sabías que la gente te amaba porque solo tú eras capaz de ser madre, conversadora, cocinera, luchadora, abogada, defensora de perros y plantas. ¡Qué bueno que no estás en este momento presente y lúcida, habrías salido desesperada a los hospitales a pelearte por defender a los desvalidos!
Pues, muchas veces no tuve cosas que eran necesarias, pero mi arreglo de manos y pies, siempre. Ahora me hacen falta…